Alejandra Santucho declaró en La Plata y pidió conocer el destino final de sus padres asesinados por la dictadura

ALejandra Santucho La Plata

En el marco del juicio por delitos de lesa humanidad “Comisaría 5ª” que se desarrolla en La Plata, Alejandra Santucho, referente de H.I.J.O.S. Bahía Blanca, ofreció un desgarrador testimonio sobre los crímenes cometidos contra su familia durante la última dictadura cívico-militar argentina.

Una infancia atravesada por el Terrorismo de Estado

Alejandra comenzó su relato describiendo la composición de su familia antes de los trágicos eventos:

Éramos cinco: mi mamá, Catalina Ginder; mi papá, Rubén Santucho; mi hermana Mónica Santucho, que en 1976 tenía 14 años. Seguía yo, con 10 y Juan, un hermano más chico, que tenía 2 años. Yo tengo a mi mamá y a mi papá desaparecidos. Mi hermana estuvo 33 años desaparecida hasta que nos entregaron sus restos”.

La familia Santucho, originaria de Bahía Blanca, se había mudado a La Plata meses antes del golpe de Estado, buscando escapar de las amenazas de la Triple A. Alejandra explicó:

“Las patotas paraestatales, específicamente la Triple A, asolaba, amenazaba y perseguía a mi familia. De hecho, asesinó a muchos militantes políticos, sociales y gremiales. Mi papá estaba permanentemente amenazado, así que nos tuvimos que ir de Bahía Blanca; como muchos otros compañeros y compañeras que se tuvieron que mudar”.

El día cambió todó

El 3 de diciembre de 1976, la violencia estatal alcanzó a la familia en su nuevo hogar en Melchor Romero. Alejandra relató con precisión los eventos de aquel fatídico día:

“Yo estaba afuera jugando en la casa de una vecinita. En mi casa había solamente dos adultos; mi mamá y mi papá. Vivíamos con una parejita muy joven, ella era de apellido Gutiérrez y el muchacho de apellido Ledesma, pero yo eso lo supe después con la reconstrucción.”

De repente, un operativo militar rodeó la manzana. “Habían rodeado la manzana y se acercaban hacia nosotros soldados, personas vestidas de civil, todos armados y nos gritaban: ¡Métanse adentro, métanse adentro! Todos con las armas en la mano”, recordó Alejandra.

Con sólo 10 años, presenció cómo su hermana Mónica salía de la casa con sus hermanos menores, antes de ser secuestrada:

“Veo cómo sale mi hermana Mónica con el bebito a upa y con mi hermano de dos años agarrado de la mano. Los que estaban allí, el ejército, la policía, personas de civil sacan a los niños y los meten en la casa de al lado. A Mónica le ponen algo en la cabeza, la meten en un auto y salen.”

“Automáticamente se cierra la puerta de mi casa y comienzan nuevamente a disparar”, continuó Alejandra. Luego del tiroteo, la casa quedó destruida:

“Cuando salí, cuando se terminó el ruido, le habían volado el revoque a la casa, se veían los ladrillos. No había puertas, no había ventanas. Después también supe que habían tirado granadas adentro: literalmente habían reventado la casa.”

El rescate que salvó dos vidas

Gracias a la valentía de jóvenes militantes, Alejandra y su hermano Juan lograron escapar antes de ser capturados por las fuerzas represivas.

El domingo a la noche, lunes a la madrugada, antes de que se hiciera lunes, este compañero, el Colo, junto con otros tres compañeros más, el Negro, Pajarito y Claudito, Claudio Tolosa, van a la casa, golpean y le dicen a la familia que nos van a llevar. Nos despertamos, yo los reconozco y nos sacan de allí en un carro”, relató Alejandra sobre cómo los compañeros de militancia de sus padres salvaron su vida y la de su hermano.

“Nos sacan de ahí, nos salvan la vida. A mi hermano y a mí nos salvan la vida. Creo que con 10 años y con el interrogatorio que me habían hecho el día anterior, seguramente hubiera corrido la misma suerte que mi hermana. Y mi hermanito, mi hermano hoy, sería probablemente algún chico buscado por Abuelas de Plaza de Mayo”, agregó, agradeciendo el acto de solidaridad que permitió su supervivencia.

La búsqueda incansable

Tras el secuestro de sus padres y su hermana, Alejandra y Juan quedaron al cuidado de sus abuelos. La familia emprendió una búsqueda incansable, especialmente de Mónica.

“Mi abuela creía que todos tenían que estar vivos; que había que hacer las denuncias correspondientes ‘¿Cómo le iban a hacer algo a Mónica, si tenía 14 años? No puede ser, va a aparecer’, decía. Ese fue un peregrinaje muy duro para ella”, recordó Alejandra.

Años más tarde, durante el Juicio a las Juntas, surgieron los primeros testimonios sobre el cautiverio de Mónica en centros clandestinos de detención.

“Allí por primera vez declaran testigos que dicen haber estado con Mónica en Arana y en Comisaría 5ª. Esa es la primera vez que tenemos como familia una noticia”, explicó Alejandra.

“Recordaban que era una niña, decían que tenía entre 12 y 13 años, que había sido muy torturada, que había sido violada. Y que habían compartido cautiverio en Comisaría 5° y en Arana”.

Un cierre parcial después de décadas

En 2008, gracias a la labor del Equipo Argentino de Antropología Forense, se identificaron los restos de Mónica en una fosa común del cementerio de Avellaneda.

“Mónica estuvo 33 años desaparecida y, de pronto, nos iban a dar el cuerpo de una nena de 14 años que estuvo 33 años desaparecida. Con mi hermano vinimos a Buenos Aires a buscarla. La habían encontrado en el cementerio de Avellaneda, en una fosa común con 10 o 15 cuerpos más”, expresó.

Al examinar los restos, Alejandra descubrió la brutalidad del crimen perpetrado contra una niña que no tenía 15 años:

“Mónica tenía todo el cuerpo completo, tenía todos los huesitos, pero tenía quebrados los brazos y todas las costillas. Así, en la misma línea. Entonces le pregunté a la antropóloga qué había pasado. Y me dice: ‘eso es una característica de algunos cuerpos, la fusilaron a muy corta distancia; eso quiebra los huesos’. Antes de tirarla en el cementerio de Avellaneda, la fusilaron”.

La lucha continúa

El testimono de Alejandra en el juicio “Comisaría 5ª” no solo aporta evidencias cruciales sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, sino que también mantiene viva la memoria de su familia y de todas las víctimas del terrorismo de Estado.

Además, durante su declaración, Alejandra presentó documentos que revelan una parte oscura de la historia aún sin resolver:

“En esa época de impunidad nos dedicamos a investigar qué había pasado, dónde estaban los cuerpos de nuestros viejos, qué habían hecho con ellos. En esa búsqueda, pude rescatar dos actas del cementerio de La Plata. Son las actas de entrada de los cuerpos de mi mamá y de mi papá como NN.”

Alejandra hizo un llamado directo a la justicia para que se investigue el destino final de los cuerpos de sus padres:

“Quiero saber dónde están los cuerpos de mis viejos. Quiero saber, que me digan qué hicieron. Puedo inferir todo lo que dice ahí. En el ’82 abrieron las fosas comunes. Si usted se fija la documentación dice ‘1982 osario’. Lo que puedo inferir es que en el ’82 abrieron las fosas comunes y tiraron los cuerpos al osario. Pero eso es algo que infiero yo y no es algo que la Justicia me haya dicho o que alguien haya investigado. Yo quiero saber qué hicieron con los cuerpos de mis viejos.”

No a la impunidad

Frente a los intentos actuales de minimizar o negar los crímenes de la dictadura, Alejandra advirtió:

“Hoy en día hay gente que busca la impunidad de estos genocidas. La impunidad para quienes violaron chicas de 14 años, para quienes la ametrallaron hasta quebrarle los huesos y la tiraron en un pozo.”

Su testimonio subraya la importancia de continuar con los juicios y la búsqueda de justicia, no solo por los desaparecidos directos, sino también por las víctimas indirectas del terror estatal:

“A veces, en las charlas, cuando nos cuestionan si son 30.000 los detenidos desaparecidos, yo creo que son muchos más de 30.000; porque a mi abuela y a mi abuelo también los mató la dictadura. A mi abuelo en el ’81 le dio un cáncer fulminante y falleció. Y mi abuela en el ’85, después de enterarse de esto, también falleció. Eran jóvenes los dos”.

El testimonio completo

Foto de portada, cortesía de Gabriela B. Hernández.

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