Mucho más que el primer rector

La Universidad Nacional de San Luis cumplió cincuenta años el miércoles 10. Su fundación, en la antesala de la asunción de Héctor Cámpora en la Presidencia de la Nación, completó un programa implementado por la dictadura previa, que tras La Noche de los Bastones Largos con Juan Carlos Onganía dio paso a un ciclo de expansión bajo el dominio de Alejandro Lanusse.

Son perplejidades de la historia argentina, que marcan la ruptura que con las cuatro décadas anteriores representó el 24 de marzo de 1976, del cual los bombardeos sobre la Plaza de Mayo de 1955 y la represión en la Universidad de Buenos Aires de 1966 oficiaron como preámbulos.

Gustavo Malek, ex rector de la Universidad Nacional del Sur y ministro de Educación de Lanusse, fue perseguido por la dictadura encabezada por Jorge Videla y su intento de secuestro estuvo entre los denunciados por la Agencia de Noticias Clandestina que dirigía Rodolfo Walsh. Algún fin de semana esta columna tratará la enorme presencia del sudoeste bonaerense en los cables de ANCla, lo que revela la importancia que tenía para la militancia de la época y se condice con que la represión haya dispuesto aquí de figuras arquetípicas, como Adel Vilas y Remus Tetu.

No tan conocido que el de Malek y los profesores de Economía, al menos en esta región, es el caso del primer rector de la Universidad Nacional de San Luis. Mauricio Amílcar López había nacido en Bahía Blanca cinco décadas y media antes de convertirse en el candidato con que la Tendencia Revolucionaria del peronismo le arrebató a Lanusse la Universidad que acababa de crear. Desde las primeras horas de 1977 integra la lista de desaparecidos. Permanece en esa condición, porque su cuerpo nunca fue identificado.

La cosificación del bronce

La narrativa que las instituciones hacen de sus propias historias suele ser cruel con ellas mismas. Por sacralizarlas, les resta humanidad, les quita época. Aparecen como individualidades que alcanzaron un determinado título de grado o posgrado, y no como sujetos de su tiempo.

El revoleo de títulos resta oficios, militancias, religiones. López, antes que profesor, era un bahiense hijo de un trabajador de los Correos & Telégrafos, y un estudiante cuya formación inicial transcurrió en una comunidad evangélica. Cuando todavía era pequeño su familia se radicó en Mendoza, y allí cursó su carrera académica.

Esos estudios universitarios –en lógica, filosofía, teología, psicología y pedagogía- le reservaron primero un rol relevante en el célebre Congreso de Filosofía de 1949 y luego lo llevaron por el globo e incluso al Consejo Mundial de Iglesias, de cuyo Departamento de Iglesia y Sociedad llegó a ser secretario adjunto.

Por esos vínculos internacionales, que nutrió durante los periodos en que residió en Francia y Suiza, pudo organizar salvoconductos para la militancia chilena exiliada tras el comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet.

El auditorio de la UNSL lleva su nombre, pero –como reconoce la propia prensa puntana- poco se recuerda de su compromiso y final. No fue sólo el primer rector. Probablemente, también haya sido el mejor.

Año Nuevo

En la noche que fue del 31 de diciembre de 1976 al 1 de enero de 1977, López recibió el nuevo año junto a los suyos. No había mucho que festejar. Los meses previos habían sido duros con él: fue separado de su cargo de rector, detenido en su propio domicilio y cesanteado en un cargo docente en la Universidad Nacional de Cuyo.

Pese a eso, la reunión familiar se prolongó hasta las 3. Había novedades para compartir. El ex rector habrá referido, frente a la mesa familiar, a su reciente designación como profesor adjunto en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos y el reencuentro con sus actividades en el Consejo Mundial de Iglesias. Para el día de Reyes lo aguardaba un pasaje hacia Costa Rica.

Tras regresar a su casa, cuando apenas se había acostado, alguien llamó a la puerta. Cuando desde dentro preguntaron quién era, se anunció la entrega de un telegrama urgente. Lo siguiente fue el derribo de la puerta y la ocupación de la casa por una patota cuyos miembros vestían ropas militares y pasamontañas. Aunque no llevaban insignias, hablaban en jerga castrense. Un Peugeot 504 de color claro y sin patente los esperaba. Allí subieron a López y a algunos elementos que robaron de su casa.

La verde memoria

Para el 7 de enero, la presión internacional para dar con el ex rector era notable. Al punto de que el general Jorge Maradona, uno de los jefes militares más importantes de la zona, convocó a los familiares y les mostró un radiograma del dictador Jorge Videla, requiriendo que se localizara al secuestrado. Era una puesta en escena, porque el aparato represivo no liberó a López ni dio datos sobre su paradero.

En cambio, sí apostó por seguir la farsa: el mismo día en que fueron citados por Maradona, la familia López recibió una carta firmada por él desde Chile. El texto aseguraba que estaba bien y permanecía secuestrado por una inexistente Asociación Anticomunista de América Latina. Era parte de un relato que la represión clandestina del aparato militar pretendía imponer, colocándose como supuesto árbitro de un presunto enfrentamiento entre bandas. Una pericia caligráfica reveló que la firma no era la del profesor universitario desaparecido.

Durante el mismo mes del secuestro, Raúl López interpuso una acción de hábeas corpus por su hermano. Fue rechazada, con costas al presentante, por el juez federal Gabriel Guzzo, que murió impune en 2014.

En agosto, a los reclamos de las iglesias protestantes y varios gobiernos se sumó el de Patricia Derian, representante en materia de derechos humanos del presidente estadounidense James Carter. Tampoco hubo respuestas.

Años más tarde, un sobreviviente del centro clandestino de detención Las Lajas, bajo control de la Fuerza Aérea, acercó un dato preciso: había compartido cautiverio durante el invierno de 1977 con alguien que se identificó como Mauricio Amílcar López, que le reseñó parte de su vida y su paso como rector de la UNSL. Ambos, recordó, gustaban de los versos del poeta puntano Esteban Agüero. Más tarde, al recuperar la libertad, pudo comprobar que ese hombre era, efectivamente, quien decía ser.

Agüero, aquel poeta que ambos desaparecidos admiraban, había escrito una autobiografía llamada La verde memoria y poemas de singular belleza.

Bahía del silencio

Nada de la rebelde dulzura de la poesía tienen las oscuras y burocráticas actas del Consejo de Rectores de Universidades Nacionales (CRUN), antecedente dictatorial del actual Consejo Interuniversitario Nacional.

El organismo, que reunía a los rectores colocados por las Fuerzas Armadas, realizó su reunión de agosto de 1977 en Bahía Blanca, donde había nacido Mauricio López. Pero mientras el propio Jimmy Carter reclamaba por el docente universitario desaparecido, sus colegas y ciudad natal ignoraban su ausencia y la desesperación de sus familiares. No hubo una sola mención a él.

El plenario del CRUN sí tuvo tiempo e interés en repasar lo conversado la semana anterior por su presidente, el platense Guillermo Gallo, y el ministro de Planeamiento, el represor Genaro Díaz Bessone, que integró a las universidades en la elaboración de una Síntesis del Proyecto Nacional dictatorial.

Más allá de todo, la poesía siempre termina venciendo al silencio.

Agüero, aquel poeta puntano cuyos versos recordaba en su cautiverio Mauricio Amílcar López, escribía cosas como esta:

Les ruego que se rindan,

que depongan las armas,

que guarden los tanques,

y encierren los cañones,

porque mañana a mediodía

quiero estar en la Plaza de Mayo

sobre viejos balcones del Cabildo

para ser presidente y

prestar juramento:

por los ríos de sangre derramada,

por los indios y los blancos muertos,

por el sol y la luna,

por la tierra y el cielo,

por el padre Aconcagua,

y por el Mar oceánico,

y por todas las hierbas y los bosques,

y por todas las flores y los pájaros,

y por el hambre de los niños pobres,

y la tristeza de los niños ricos,

y el dolor de las jóvenes paridas,

y la agonía de los viejos…

Juro.

Yo juro.

Hacer de este país la Patria.

 

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