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jueves, marzo 28, 2024

El Mundial que no fue

1990 marcaría una gran decepción para Bahía Blanca, que se quedó sin ser subsede en el Mundial del deporte sobre el que supo dar cátedra. Mientras tanto, aquí también pasaban cosas. Pero no siempre se escuchaban.

por Diego Kenis (*)

Los de 1990 fueron los últimos meses del siglo corto que describe Eric Hobsbawm.
Acababa de caer el Muro de Berlín y pronto las reformas de la perestroika derivarían en
la desaparición de la Unión Soviética.

En Argentina, el recién asumido presidente Carlos Menem había realizado un
pronunciado viraje desde su plataforma electoral al neoliberalismo que aplicó, sumando
privatizaciones, flexibilizaciones laborales, achicamiento del Estado y apertura de
importaciones.

Entre junio y julio, Argentina estrenaría el cetro de 1986 en el partido inaugural del
Mundial de fútbol masculino de Italia, frente a Camerún. Menem sería invitado especial
al palco en Milán y la inesperada derrota le estamparía la fama de mufa que 32 años
después recrea en Qatar, con propios y extraños, Mauricio Macri. Por encima de esa
condición, los unen los catastróficos resultados de sus políticas gubernamentales. En el
certamen de Italia, el seleccionado argentino tendría un recorrido a tono con la época:
en primera fase enfrentaría a la URSS y en la Final a Alemania Occidental, en las
despedidas mundialistas de ambas.

El clima de fin de ese siglo corto no dejaba de sobrevolar a una Bahía Blanca que
pretendía infructuosamente colgarse del nuevo mundo unipolar, resignando
progresivamente bastiones de su identidad local portuaria, ferroviaria y basquetbolística.

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La sede sin Mundial

A pesar del cuadro amenazante sobre su economía, el discurso hegemónico ya daba
indicios del entusiasmo cercano a la fantasía que se percibe en la actualidad, cuando se
anuncian como proyectos verosímiles pistas de canotaje, dársenas para cruceros de lujo,
hidrovías donde no hay río o despegues imprevistos en una ciudad con un tercio de la
población en la pobreza.

Un golpe inesperado provino del deporte en que genuinamente Bahía Blanca había sido
escuela. En agosto de 1990 el Mundial de básquetbol masculino volvería a disputarse en
Argentina luego de cuatro décadas, y la plaza local era una natural subsede.

Aunque contaba con una cultura deportiva arraigada y dirigentes formados en la
materia, la ciudad ya había perdido una batalla decisiva con la concreción de la Liga
Nacional, que debilitó los semilleros locales. Los equipos de Bahía Blanca nunca
pudieron ganar un certamen y paulatinamente fueron desistiendo de participar.

Pocas semanas antes de la inauguración del Mundial, la subsede bahiense fue eliminada
y suplantada por la de Villa Ballester. Allí jugó una de las potencias, Estados Unidos.
Existen varias hipótesis, acaso no excluyentes entre sí, en torno a la reasignación de la
subsede. Una de ellas alude a una supuesta inspección desfavorable al mítico “Osvaldo
Casanova”, el estadio del club Estudiantes. Coliseo nacional de la pelota anaranjada, el

Casanova –que llevó el nombre de Juan D. Perón hasta el golpe de 1955- era habitual
escenario de partidos relevantes de la Liga Nacional, cuyos directivos decidieron no
invertir en un acondicionamiento mínimo. Algunos testimonios adjudican a la presión
de otros clubes del país esa determinación contra un estadio cuya capacidad y
arquitectura lo convierten en uno de los más importantes de Sudamérica. Sólo once años
antes, el Casanova había albergado el Sudamericano de 1979 en que Alberto Cabrera
–para 1990, entrenador albo- desplegó sus últimos pases de magia con la camiseta
argentina.

La pérdida de la subsede profundizó antecedentes, como el rechazo a la candidatura
para alojar partidos del Mundial de fútbol de 1978 o la finalmente trunca posibilidad de
contar con algunos juegos del de básquet que se disputó en Uruguay en 1967. Por sobre
todas las cosas, fue un golpe al corazón de un discurso hegemónico exitista, que no
tenía que ver con el básquetbol y su mundo sino con la postulación más general de que,
mientras se mantuviese en la senda neoliberal, Bahía Blanca tendría asegurado un
destino de crecimiento y grandeza.

Desde aquellas semanas, los preparativos y el mismo desarrollo del Mundial de
básquetbol fueron seguidos con lejanía pese a que el Seleccionado era conducido por el
bahiense Carlos Boismené, cuyas decisiones la dirigencia nacional pretendía
condicionar. El equipo argentino concluyó octavo y Bahía Blanca recién volvería a los
primeros planos de ese deporte una década después, pero mediante la fama de sus
productos de exportación, los últimos formados en una escuela en extinción.

Sin sede, cede

Dos temas políticos preponderaban en las noticias nacionales de 1990, con impacto
local: los indultos a represores de la dictadura, cuya primera serie ya había sido
rechazada por la Cámara Federal bahiense, y las privatizaciones de empresas públicas.
La Nueva Provincia acompañaba ambas prédicas oficiales, que también incluían el
insistente anuncio de una ampliación de la planta petroquímica. La radio LU2, también
de la familia Massot Julio, realizó una encuesta sobre 800 casos en Tiro Federal y Villa
Mitre. En una ciudad que menos de una década antes había sido diezmada por la
represión clandestina y rociada con el discurso oficial, el sondeo arrojó un apoyo
mayoritario a Menem y sus políticas económicas.

En mayo, Horacio Verbitsky reveló en Página/12 la famosa frase del entonces diputado
José Luis Manzano: “yo robo para la Corona”. El libro que bajo ese título publicó pocos
meses después demostró que la corrupción era un componente necesario y estructural de
la política de privatizaciones, que remataba el capital público consolidado por varias
generaciones. Verbitsky llamaba “Petroquímica” a Manzano, por su actuación en torno
a la emplazada en la llamada ría bahiense.

Mientras tanto, los trabajadores ferroviarios resistían el despojo y durante todo 1990 fue
madurando la liquidación del casi centenario frigorífico CAP Cuatreros, que en General
Cerri controlaba un Estado camino al desguace.

Algunas noticias de esos días anticiparon lo que vino después, y otras directamente se
repiten cíclicamente: ejemplos son el anuncio de la crisis financiera terminal del Centro
“Luis Braille”, el costo del pasaje en el transporte urbano, la suposición de que una
mayor cantidad de Universidades representaría una merma en la calidad y el modo
policíaco de abordar casos de pacientes con problemas mentales.

En materia de derechos humanos, el mayo premundialista fue particularmente denso en
noticias. La oposición del fiscal federal Hugo Cañón a los indultos que cerraron el
círculo de impunidad comenzado por las leyes alfonsinistas derivó a mediados de mes
en un intento del subsecretario de Justicia del menemismo, César Arias, de desplazarlo.
Cañón, que contó con el apoyo de la Cámara encabezada por Luis Cotter, resistió y
pudo continuar en el cargo hasta su jubilación, en 2009.

La embestida contra quienes se oponían a la impunidad consagrada había sumado otra
manifestación a comienzos de mayo, cuando la filial bahiense de Radio Nacional
impidió la salida al aire del programa que la Asamblea Permanente por los Derechos
Humanos producía semanalmente. Eduardo Hidalgo y Ernesto Malisia se enteraron de
la novedad cuando concurrieron a la emisora y se les informó que no podrían hacer Por
la vida y la libertad. La APDH protestó ante la Cámara Federal, que le dio la razón.
Pero el menemismo llevó el tema a la ya colonizada Corte Suprema, que revirtió la
medida. El hecho es uno de los capítulos de otro libro de Vertbitsky, Hacer la Corte,
que denuncia el accionar judicial en favor del gobierno neoliberal de entonces.

Poco más de una semana después de ese episodio de censura, La Nueva Provincia
anunció en tapa la muerte de Federico Massot, a quien presentaba bajo el patronal
“señor”. En sus siguientes ediciones, el diario recogió los pésames de nombres que
diecinueve años después se repetirían en los obituarios de su madre, Diana Julio. El
barrio de trabajadoras y trabajadores de prensa de Bahía Blanca lleva hoy el nombre de
Massot, un homenaje que no le hace justicia ni a su conducta ni a los periodistas y
obreros gráficos que fueron víctimas de la persecución que propició y avaló.

Hermano mayor de Vicente y Alejandro, Federico Massot compartía largas charlas de
madrugada con el represor bahiense Adolfo Scilingo, que dos décadas después fue el
primer marino en confesar participación en los denominados “vuelos de la muerte”. En
su libro Por siempre Nunca Más, Scilingo reconstruye esas conversaciones, que presidía
una foto del dictador chileno Augusto Pinochet dedicada a Diana Julio. De no haber
fallecido, Massot y su madre habrían sido acusados junto a Vicente en la investigación
que desde 2012 llevaron a cabo los fiscales Miguel Palazzani y José Nebbia por la
participación del multimedios que dirigían en el plan criminal, lo que incluyó
operaciones de encubrimiento de los hechos y los asesinatos de Enrique Heinrich y
Miguel Ángel Loyola, delegados gremiales de los gráficos del diario.

La misa en memoria de Federico Massot fue presidida por el arzobispo Jorge Mayer,
que literalmente había bendecido la represión clandestina. A su lado se ubicó otro
imputado por delitos de lesa humanidad, el sacerdote y ex capellán castrense Aldo Vara.

El hermano menor de los Massot, Alejandro, se encontraba para entonces al mando del
canal 11 de Buenos Aires, que con la privatización dispuesta meses antes por Menem
había pasado a llamarse Televisión Federal, o Telefé. Como ofrenda inicial de su
mandato, el Presidente no sólo había privatizado los canales 11 y 13 sino que también
empeoró la ley de medios de la dictadura, habilitando a empresas dueñas de diarios a
controlar canales de tevé. Vicente Massot, por su parte, integraba el plantel de voces de
la mañana de LU2 junto al actual intendente bahiense Héctor Gay. Al término de ese
programa comenzaba el del hoy diputado provincial Lorenzo Natali. No ha habido
mejor garantía contra el cambio que Cambiemos, del que ambos forman parte por
distintas líneas internas.

Sin embargo, no todo ha permanecido inmutable entre aquel año del Mundial bahiense
que no fue y el presente de anuncios faraónicos que nunca se concretan. En las tres
décadas que pasaron desde entonces, la larga lucha de los organismos de derechos
humanos, la decisión política del gobierno de Néstor Kirchner y el trabajo de algunos
funcionarios judiciales dieron sus frutos y quebraron la impunidad de los partícipes del
genocidio. Aunque la asignatura pendiente sigue siendo el enjuiciamiento de actores
civiles, la exposición de lo ocurrido obligó a La Nueva Provincia a intentar resguardarse
cambiando de nombre, formato, periodicidad, diseño y –al menos en los papeles-
dirección editorial.


(*) Diego Kenis es periodista. Escribe regularmente en el semanario digital El Cohete a la Luna y participa del proyecto de periodismo militante de la Agencia Paco Urondo.

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