Por Jhonny A. Zamparo, sindicalista y Lic. en RRII
“Las penas son de nosotros
Las vaquitas son ajenas…”
El Arriero, Atahualpa Yupanqui
El trabajo, en relación de dependencia y asalariado, es producto fundamentalmente de la revolución industrial. Esta modalidad de contratación se generalizó a partir del surgimiento de las fábricas. Si es necesario establecer una fecha, debe andar a finales del siglo 18. Antes de eso, las relaciones laborales se concretaban entre propietarios y siervos, entre los gremios de oficios y aprendices, etc.
Con el advenimiento de las máquinas y la producción industrial nació la nueva relación laboral. Las ciudades recibían los trabajadores expulsados del campo, a raíz de la introducción de maquinaria agrícola. Y esa mano de obra desocupada buscaba el sustento en la fábrica. Ahí se dio todo tipo de explotación, la que se profundizó a comienzos del siglo 19.
En nuestro país la inmigración impulsada para poblar y generar mano de obra, trajo a la par, militantes sindicales y las primeras luchas obreras. Ya existían los dueños de grandes extensiones de tierra (quitadas al indio), donde en la mayoría de los casos se trabajaba por comida y techo. Y de vez en cuando, unos pocos pesos eran la paga de un trabajo “de sol a sol”. Deriva de todas esas situaciones la idea de un jefe y/o propietario que es el que manda, dispone, controla.
Es así que a veces se confunde (desde arriba y desde abajo) a quien manda, con el propietario o dueño, quien generalmente tiene poco o nulo contacto con el empleado, trabajador, obrero, etc. Tampoco debe olvidarse la “estratificación” de los trabajadores que se vino acrecentando con el desarrollo de la industria.
Ello aumentó con la aparición del sector servicios (energía, limpieza, salud, etc.). Pero, en líneas generales, los distintos acuerdos con la patronal fueron ordenando por categorías -en cada sector- a los trabajadores. Y en ese sentido se ha llegado a diferenciar trabajadores de “saco y corbata” con los que “agarran la pala”. Y en muchos casos se ha tomado con tono despectivo a quienes realizan trabajos manuales, de fuerza, de limpieza, etc.
Parece ser que quienes hemos tenido la posibilidad de estudiar y capacitarnos tenemos mayor “jerarquía”. Y desde ese punto de vista se ha aprovechado para crear divisiones, grietas, entre los mismos trabajadores. Una estratificación social falsa, ya que todos y cada uno depende de un salario, sin el cual no puede subsistir.
Es más, en un plano inferior la sociedad sitúa a aquellos trabajadores desocupados. Es decir, aquel que se la rebusca como puede para subsistir (cartoneando, cirujeando, changueando, etc). En este último sector se ubica a los despectivamente llamados “planeros”. Y hay oportunidades en las que muchos/as no dejan de recordar que son gente “bien” y que están un escalón más arriba (claro, según su visión).
Es así que a la Ministra de Educación de CABA, Soledad Acuña, hace unos días “se le escapó la tortuga”, y van…
Al mejor estilo medieval, Acuña estratificó a los trabajadores de acuerdo a la educación formal que pueden recibir, y aún más, de acuerdo a si pertenecen al sector privado o público. Como dijo el Dr. Alejandro Curino en El Ágora en Radio Nacional, ella también es empleada del Estado.
Es un caso típico de quien se cree “dueña” cuando en realidad es empleada de la CABA. Por otra parte, la Ministra reafirma un estereotipo del trabajador público señalado como “vago”, “inculto”, mal o no instruido, etc.
Esta visión, contribuye y va a la par del desprestigio que se ha generado al hablar del Estado. La idea es que el privado es mejor, es superador, y está mejor preparado. Pero basta con señalar alguna de las tantas empresas privatizadas en la tristemente célebre década de los 90: los medios de difusión, las empresas de servicios públicos (telefonía, gas, electricidad, agua, etc.). Ya sabemos todos como nos meten la mano en el bolsillo permanentemente, y desde el Estado que a veces intenta controlar, se puede hacer poco o nada.
Y en este contexto debemos mencionar los organismos públicos que sostienen muchos sectores de nuestro país: en primer lugar, y habiendo sido un emblema durante la pandemia, los empleados de la salud pública. Se suman los docentes de todo el país, en su mayoría de la educación pública (recordemos también la privada está subsidiada). Los científicos de organismos estatales: recordar la vacuna nacional mencionada por Curino que se encuentra en un avanzado estadio de ensayo, y los dos satélites nacionales en órbita, etc. etc. Y así se puede seguir un rato largo.
Pero es claro que quien produce es el obrero. Podemos mencionar algunas situaciones que lo demuestran. Una de ellas, y emblemática, es la huelga: el “terror” de los patrones, de los jefes, de los dueños. Si el trabajador hace una huelga la industria, fábrica, el organismo, etc. no funciona. Y ello trae aparejado “cuantiosas pérdidas”, resaltadas hasta el hartazgo por determinados medios.
En todo ese contexto debemos recordar que estos días se batió el parche con la cuestión del corte de la Avda. 9 de julio, realizada por organizaciones sociales. El ¿precandidato a presidente? Rodriguez Larreta, quien visitó nuestra ciudad este viernes, propuso quitarle los planes a esa gente. Que, mal que le pese a algún periodismo elitista, trabajan, mucho y duro.
Además de cobrar el plan, tienen que rebuscársela como pueden para intentar comer todo los días. Existen muchas organizaciones (cooperativas, sociedades, etc.) de trabajadores informales donde esta gente se gana el mango.
Por ahora, sigue vigente el verso de don Atahualpa: “… las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas.”.